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miércoles, 9 de abril de 2014

CUENTOS PRIMERO PRIMARIA






Los 3 cerditos


Al lado de sus padres , tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de que construyeran , cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver como era el mundo.

El primer cerdito, el perezoso de la familia , decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.

El segundo cerdito , un glotón , prefirió hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.

El tercer cerdito , muy trabajador , opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría mas en construirla pero estaría mas protegido. Después de un día de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque.

No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento , el lobo se dirigió a la primera casa y dijo: - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!. Como el cerdito no la abrió, el lobo soplo con fuerza, y derrumbo la casa de paja. El cerdito, temblando de miedo, salio corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo: - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y la cabaña se fue por los aires. Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamo a la puerta y grito: - ¡Ábreme la puerta!¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo: - ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!

Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía. Trajo una escalera , subió al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que el no sabia es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo , al caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salio corriendo y nunca mas volvió. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas.











Bambi
Erase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. “¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo”. “¿Por qué, papi?”, preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.

Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.

Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.
Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.












Ricitos de oro

Erase una vez una tarde , se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca de allí, había una cabaña muy bonita , y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa , se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.
Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno , era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenia hambre, y probo la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente!
Luego, probo del tazón mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Después, probo del tazón pequeño, y le supo tan rica que se la tomo toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejo caer con tanta fuerza, que la rompió.
Entro en un cuarto que tenia tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra, pequeña.
La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego, se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después, se acostó, en la cama pequeña. Y esta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedo dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche. Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito muy pequeño.
El Oso grande, grito muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruño un poco menos fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían que pensar.
Pero el Osito pequeño lloraba tanto, que su papa quiso distraerla. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso , porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de color azul que tenían, una para cada uno.
Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Que ocurrió entonces?.
El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un poco menos fuerte.. -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien esta durmiendo en mi cama!
Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asusto tanto, que dio un salto y salio de la cama.


Como estaba abierta una ventana de la casita, salto`por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.














Simbad el marino


Hace muchos, muchísimos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad. Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conocía como Simbad el Cargador.
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera:
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras...
" Aunque mi padre me dejó al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados: en realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag..."
L legado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
" Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y, cuando desperté, el barco se había marchado sin mí.
L legué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar."
Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro, con el ruego de que volviera al día siguiente...
"Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso lugar.
De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa en mí. Pero esto te lo contaré mañana..."
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.
"Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino: que el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."
Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
Simbad así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.
"Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, también antes he conocido todos los padecimientos."
Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más, tuvo que soportar el peso de ningún fardo...











El canal de Simón


La madre de Simón gritaba: -¡No os acerquéis al canal! Esta advertencia la hacía diez veces al día a las hermanas mayores de Simón, Julia y Paula, que debían cuidar del pequeño y protegerlo.
Una mañana, mamá puso a Simón la chaqueta y le peinó. Luego hizo lo mismo con las chicas y dijo:
-¡Ahora recordad otra vez, manteneos lejos de ese canal!
Simón no sabía qué era un canal. ¿Cómo iba a saberlo si nunca lo había visto? Imaginaba que se trataba de un grande y terrorífico monstruo que vivía en una guarida cerca del molino. A veces escuchaba sus rugidos. Una noche oscura y ventosa lo oyó acercarse a la casa, galopando hambriento y furioso. Afortunadamente la puerta estaba atrancada y las cortinas echadas.
Al día siguiente Julia y Paula llevaron a Simón a la biblioteca.
-Simón puede pedir también un libro -dijo Julia.
-No sabe leer.
-Bueno, puede mirar los dibujos.
-¿Qué clase de libro quieres mirar, Simón?
-Un libro sobre un canal.
-¡Tú y tu canal! -suspiró Julia.
-No -dijo Julia- No hay más que uno sobre un canal. No te va a gustar. Es demasiado tostón.
Simón sabía lo que era un tostón. Había visto a su madre tostar pan en la cocina. Quizá el canal tostaba pan con las llamas que salían de su boca. Julia tenía razón; no le iba a gustar.
-Encontré un buen libro para Simón -dijo Paula.
En la cubierta del libro se veía a un gran dragón verde rugiendo en la orilla de un río.
Al día siguiente, la abuelita de los niños vino de la ciudad para pasar unas vacaciones con ellos. A la abuelita le gustaba mucho el campo.
-Verás. Saldremos todos los días a pasear -le dijo a Simón.
Un día, a la hora de comer, quedaron en que aquella tarde irían hacia el canal.
Simón pareció espantado. Sintió como un desmayo y no pudo tragar las croquetas.
-¿No tienes miedo, abuelita?
-¿Miedo de un viejo y raquítico canal? ¡Claro que no! -dijo la abuelita.
"A fin de cuentas, el monstruo no es tan terrorífico", pensó Simón. "Quizá se está haciendo viejo y pierde fuerzas." Simón empezó a sentir pena por él.
Después de comer, la abuelita y su nieto se dirigieron al molino, andando por varios caminos.
El molino se alzaba a orillas del agua, y la fuerza de la corriente lo hacía funcionar. Simón no tenía miedo con la abuelita a su lado.
-¿Dónde está el canal? -preguntó Simón.

El canal de Simón



-Pero... ¡si está justo delante de ti!
-¿Es esto un canal? -preguntó Simón.


-Bueno, es más o menos lo mismo -contestó Paula, creyendo que se refería al río.




-exclamó la abuelita, apuntando con su paraguas hacia el agua.

-iOh! -dijo Simón-, si no veo más que agua.
¡Entonces comprendió! ¡El monstruo era invisible! Podía verlos a ellos, pero nadie podía verlo a él. El monstruo murmuraba por lo bajo, hablando solo, pero no atacaba.
De vuelta a casa, mientras merendaban, Simón dijo: Nunca lograrán cazarlo. -¿Cazar qué, cariño?
-El canal.
Julia y Paula se echaron a reír.
-¿Verdad que es gracioso, mamá? ¿Quién querría cazar un canal?
"Bueno", pensó Simón conformándose, "nadie quiere cazar al canal, ni el canal quiere cazarnos a nosotros. ¡Mejor que mejor!"
-Por favor, mamá, ¿puedo tomar más bizcochos?
-Claro que sí, cariño.
Tranquilo y feliz, Simón continuó merendando.













El castillo desaparecido

Minuto el Bufón había perdido su castillo, y su amigo el Comandante Saco-viento le estaba ayudando a encontrarlo....
El pobre Minuto cerró los ojos y se agarró fuerte. Su vida dependía del pequeño aeroplano.
Castillo desaparecido


"¡Sólo espero que el comandante Saco viento sepa a dónde va!", pensó.


El comandante Saco viento no tenía idea de a dónde iba. Estaba intentando desesperadamente evitar las enormes ramas que parecían precipitarse sobre él desde el cielo.



-¡Lo siento por los choques, amigo! ¡Será mejor que volemos un poco más bajo!
Los momentos siguientes fueron una pesadilla para Minuto. De repente se sumergieron en un bosque ramitas que se quebraban y de hojas que se desgajaban. El aire se llenó con los zumbidos de las insectos que se dispersaban en todas direcciones.
Luego, la avioneta se abalanzó sobre un estanque repleto de peces. Las alas casi rozaban el agua.



-¡Cuidado con esas rocas! -gritó Minuto.


Volvieron a subir, rugiendo, girando y metiéndose por todas las grietas y escondrijos del jardín. Pero no encontraron ni rastro del castillo.

Al fin sonaron las palabras que Minuto anhelaba escuchar... -¡Sujeta tu gorro! -gritó el comandante—. ¡Vamos a aterrizar!

Unos segundos después el aparato empezó a dar saltos y se detuvo sobre el tejado de la caseta del jardín.


-No hay na-nada que hacer -farfulló Minuto- ¡Hemos mirado por to-todas partes!
Pero el comandante Saco-viento no se daba por vencido...
-Conozco un lugar en el que no hemos mirado -dijo, señalando hacia abajo. -¡claro! -exclamó Minuto- ¡En la ca-ca-caseta! ¡Vamos!
Bajando por un viejo canalón de desagüe llegaron hasta una ventana y miraron.
-¡Por Júpiter, Minuto, es tu castillo!
En efecto, había un castillo en la caseta. Pero era de color rojo con torres relucientes y banderas blancas.
-N-no, me temo que éste no es mi castillo.
Subieron de nuevo fatigosamente al tejado de la caseta.
-Lo siento, amigo -dijo el comandante- Será mejor que regresemos. Empieza a oscurecer.
Peor aún, comenzaba a llover.


La avioneta despegó del tejado. A pesar de protegerse con sus anteojos, el comandante no veía muy bien a dónde se dirigía.
De repente se produjo un golpazo ensordecedor acompañado de un gran chillido. Plumas oscuras volaron por el aire. Habían chocado con un enorme pájaro negro.
-El ala de estribor está rota -gritó el piloto-, pero creo que podremos seguir volando.
-Eso espero balbuceo-Minuto.
Subieron y subieron. Ambos estaban empapados, cuando por fin penetraron por la ventana y se posaron sanos y salvos en el ático. Un poco más allá había una muchedumbre que vitoreaba y aplaudía. El comandante Sacoviento saltó de la avioneta y se acercó a grandes zancadas para cerciorarse de lo que ocurría.
¡Hola, Alberto! —gritó—.
¿A qué vienen todos esos aplausos?


-Son para Minuto -aclaró el payaso- ¡Ha ganado el concurso de la casa más bonita! Pero no le encontramos por ningún sitio.
El comandante Sacoviento corrió para ayudar a salir del avión al pobre Minuto. -Ven, muchacho -exclamó el piloto excitado- Tengo una sorpresa para ti.
Minuto no podía dar crédito a lo que veía. ¡Justo delante de él se erguía un brillante castillo rojo con sus torres relucientes y sus banderas blancas!
Minuto se quedó sin habla. La entrega del premio terminó y la muchedumbre se marchó a esperar el segundo premio, sin que él hubiera llegado a enterarse de lo que ocurría. Agitó la mano hacia el comandante en señal de despedida y entró para inspeccionar su reluciente casa nueva.


Pero por dentro era exactamente igual que su viejo castillo. Pensaba...
"¡Qué extraño! ¡Este es mi viejo castillo!
"No creo que necesite ningún libro de aventuras después de todo esto. Sólo un largo descanso.
Sin embargo, tenía algo que hacer antes de irse a la cama. Minuto se sentó y se puso a escribir una carta muy importante.









Ratón de campo

Había una vez un ratón de campo que vivía en un nido debajo de un seto. Todos los días trajinaba por los sembrados, juntando granos de maíz. A veces, si se sentía algo más valiente que de costumbre, entraba a hurtadillas en un jardín cercano para darse un festín. Con frecuencia encontraba cortezas de queso en el montón de abono, o migajas de pan que alguien había arrojado a los pájaros.
Un día fue a visitarle su primo, el ratón de ciudad.
— ¡Oh, primo! ¡Qué sorpresa tan agradable! Aquí en el campo llevo una vida muy tranquila y siempre estoy deseando que vengas a verme. Me pasaría el día entero escuchándote contar cosas sobre la vida de la ciudad. Pasa, siéntate y cuéntame qué hay de nuevo...
— Bueno, la verdad es que no sé por dónde empezar —respondió el ratón de ciudad—. Tengo tantas aventuras y como unas cosas tan exquisitas, que...

—Oh, precisamente iba a ofrecerte algo estupendo —interrumpió el ratón de campo—. Esta mañana encontré una corteza de queso deliciosa —añadió orgulloso.
El ratón de ciudad no daba crédito a sus oídos. Lanzó una sonora carcajada al ver que su primo ponía la mesa.
—¡Pobrecillo! ¡Qué vida más terrible debes llevar! Si lo mejor que puedes ofrecerme son unas cortezas de queso, creo que me iré ahora mismo. ¿Por qué no vienes conmigo por unos días? ¡La ciudad es tan emocionante!
Tras pensarlo un poco, el ratón de campo decidió acompañarlo.
El viaje hasta la casa del ratón de ciudad fue largo y peligroso. Al llegar a la ciudad, procuraron ir siempre por las calles más estrechas, pero incluso en éstas había muchísimas personas, y, lo que era peor, muchísimos coches transitaban haciendo sonar sus bocinas.
El pobre ratón de campo temblaba de miedo cuando llegaron a casa de su primo.
— Creo que me arrepiento de haber venido —susurró al entrar de puntillas en la cocina.

— Pronto cambiarás de idea —respondió su primo, alegre—. Mira lo que hay aquí.
El ratón de campo levantó la vista. Junto a él había una mesa cargada de comida. Era un espectáculo tan maravilloso que olvidó sus temores en un abrir y cerrar de ojos.
— Nunca había visto tantas cosas buenas —suspiró feliz.
—Y podemos probarlas todas —dijo su primo—. Ahora siéntate y te traeré lo más delicioso que jamás hayas probado.
En pocos minutos los dos ratones juntaron una enorme pila de chocolate. Pero antes de poder mordisquearlo, se abrió una puerta y entró corriendo un gran gato.

Escaparon casi volando al agujero que el ratón de ciudad tenía en el zócalo.
— Esto es lo emocionante de la vida de ciudad —se rió el ratón de ciudad.
—Te diré que no necesito estas emociones — respondió su primo—. Es verdad que mi vida es aburrida, pero al menos es segura. Cuando no haya moros en la costa, me volveré al campo y me quedaré allí para siempre.















LA CAPERUCITA ROJA

Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su abuelita le regaló una caperuza roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos".

Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: "Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas?". "A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces". "¡Vamos a hacer una carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja." Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes y se comió a la abuelita.

Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de abuelita. "Soy yo", dijo Caperucita. "Pasa, pasa nietecita". "Abuelita, qué ojos más grandes tienes", dijo la niña extrañada. "Son para verte mejor". "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes". "Son para oírte mejor". "Y qué nariz tan grande tienes". "Es para olerte mejor". "Y qué boca tan grande tienes". "¡Es para comerte mejor!".

Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de este susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
















El león y el ratón



Una tarde muy calurosa, un león dormitaba en una cueva fría y oscura. Estaba a punto de dormirse del todo cuando un ratón se puso a corretear sobre su hocico. Con un rugido iracundo, el león levantó su pata y aplastó al ratón contra el suelo.
-¿Cómo te atreves a despertarme? -gruñó- Te-voy a espachurrar.



-Oh, por favor, por favor, perdóname
la vida -chilló el ratón atemorizado-Prometo ayudarte algún día si me dejas marchar.


-¿Quieres tomarme el pelo? -dijo el león-. ¿Cómo podría un ratoncillo birrioso como tú ayudar a un león grande y fuerte como yo?
Se echó a reír con ganas. Se reía tanto que en un descuido deslizó su pata y el ratón escapó.
Unos días más tarde el león salió de caza por la jungla. Estaba justamente pensando en su próxima comida cuando tropezó con una cuerda estirada en medio del sendero. Una red enorme se abatió sobre él y, pese a toda su fuerza, no consiguió liberarse. Cuanto más se removía y se revolvía, más se enredaba y más se tensaba la red en torno a él.
El león empezó a rugir tan fuerte que todos los animales le oían, pues sus rugidos llegaban hasta los mismos confines de la jungla. Uno de esos animales era el ratón, que se encontraba royendo un grano de maíz. Soltó inmediatamente el grano y corrió hasta el león.
—¡Oh, poderoso león! -chilló- Si me hicieras el favor de quedarte quieto un ratito, podría ayudarte a escapar.
El león se sentía ya tan exhausto que permaneció tumbado mirando cómo el ratón roía las cuerdas de la red. Apenas podía creerlo cuando, al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba libre.
-Me salvaste la vida, ratón —di¡o—. Nunca volveré a burlarme de las promesas hechas por los amigos pequeños.









El zorro glotón


Un buen día, un zorro encontró una cesta de comida que unos granjeros habían dejado en el hueco de un árbol. Haciéndose tan pequeño como pudo, pasó por el estrecho agujero para que los demás animales no le vieran zampándose aquel rico banquete.


El zorro comió, comió, comió... y comió todavía un poco más. ¡No había comido tanto en toda su vida! Pero cuando terminó todo y quiso salir del árbol, no pudo moverse ni un centímetro. ¡Se había vuelto demasiado gordo para salir por el hueco! Pero el zorro glotón no cayó en la cuenta de que había comido demasiado y pensó que el árbol se había hecho más pequeño. Asomó la cabeza por el agujero y gritó:
-ISocorrooo! iSocorrooo! Sacadme de esta horrible trampa.
En ese mismo momento, una comadreja pasó por allí y, al verla, el zorro exclamó:
-Oye, comadreja, ayúdame a salir. El árbol está encogiendo y me está aplastando.
-A mí no me lo parece -rió la pequeña comadreja- El árbol es igual de grande que cuando lo he visto esta mañana. Quizá tú hayas engordado.


-¡No digas tonterías y sácame de aquí! -le chilló el zorro— Me muero, en serio.


A esto la comadreja replicó: -Lo tienes bien merecido por comer demasiado. Lo malo es que tienes los ojos más grandes que el estómago. Tendrás que quedarte ahí hasta que adelgaces... y entonces podrás salir. Así aprenderás a no ser tan glotón.

El pobre zorro tuvo que quedarse dos días y dos noches en su triste encierro. ¡Nunca jamás volvería a comer tanto!






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