Vistas de página en total

jueves, 10 de abril de 2014

CUENTOS CUARTO PRIMARIA


Abdula y el genio


Allí donde las arenas doradas del desierto lindan con el profundo mar azul vivía una vez un pobre pescador llamado Abdula. Pasaba horas y horas en la playa echando su red al agua.



La mayor parte de los días tenía suerte y pescaba algo. Pero un día la suerte le volvió la espalda. La primera vez que lanzó su red recogió un paquete de algas verdes y viscosas. La segunda, un montón de fuentes y platos rotos. Y la tercera, una masa de pegajoso limo negro.

"Un momento", pensó mientras miraba el fango que chorreaba de la red. "También hay una vieja botella. Me pregunto qué contendrá."
Abdula intentó sacar el tapón. Al fin, después de tirar de él durante un rato, lo consiguió y una bocanada de polvo se escapó de la botella. El polvo se convirtió pronto en humo y tomó diversas coloraciones que empezaron a dibujar una forma: primero una cara, después un cuerpo... La figura creció y creció. En pocos segundos un enorme genio se elevó por encima del aterrado pescador.
—¡Al fin libre! -rugió una voz más potente que el trueno-. ¡Libre después de tantos años! ¡Ahora voy a devorarte!
Abdula apretó la cabeza entre sus manos y gritó:
-¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué os he hecho?
-¡Te cortaré en pedacitos! -exclamó el genio, al tiempo que mataba una bandada de pájaros que pasaba volando por encima de su hombro.
-No lo hagáis, Señor Genio -suplicó Abdula. cayendo de rodillas- No quería molestaros. ¡Por favor, no me matéis!
-¡Te haré trocitos y te arrojaré a los peces! -vociferó el genio, que desenfundó una enorme espada curvada con la que rozó la nariz del pescador.
-¡Tened piedad! -lloró Abdula-¿Qué daño os he hecho yo?
-¡Silencio! -tronó el genio. Gritó tan fuerte que el eco de su voz hizo entrar en erupción un volcán cercano-. ¡Cállate y te diré por qué voy a matarte!
Y sin retirar su espada del rostro de Abdula, el genio comenzó su historia...
-El Gran Sultán Soleimán me encerró en esa botella para castigarme por los maleficios que realizaba en su reino. Me comprimió en esa horrible cárcel de vidrio como una ballena prensada en un huevo. Luego la arrojó al mar. He permanecido durante siglos en el oscuro fango. Lo único que oía era mi propia respiración. Lo único que sentía eran los latidos de mi corazón. Mi única esperanza era ser pescado y liberado por un pescador.
Durante los primeros mil años grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! A quien me haga salir le otorgaré la realización de tres deseos. Pero nadie me oyó y nadie me liberó.
Durante los mil años siguientes grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! Quien me haga salir recibirá Arabia entera como recompensa. Pero nadie me oyó y nadie me liberó.
Durante los mil años siguientes quedé quieto y pensé para mis adentros: Si logro salir alguna vez de esta horrible botella, mataré al primer hombre a quien vea. ¡Y después de él a todos los que me encuentre!
-¡Pero el Sultán Soleimán murió hace casi tres mil años! -gritó Abdula.
-¡Exacto! -replicó con brusquedad el genio-. ¿Te sorprende que esté de tan pésimo humor?
Profirió un gran grito y el agua se puso a hervir en torno a sus tobillos. Levantó su gigantesca espada, que centelleó al sol, y cortó una nube en tiras encima de su cabeza. Luego miró hacia abajo para disfrutar por última vez del espectáculo del rostro aterrado del pescador.
Pero Abdula no sólo no estaba asustado sino que permanecía de pie, con los brazos en jarras, la cabeza ladeada y la cara iluminada por una sonrisa.
-Vamos, vamos, genio -dijo tranquilamente- Deja de tomarme el pelo y dime, de verdad, de dónde has salido.
El suelo tembló cuando el genio inspiró profundamente.
-¿Qué? ¡Tú, gusano! ¡Tú, inmundo bicharraco! ¡Prepárate a morir!
-¡Oh, vamos! Tú bromeas. Menudo cuento. Dime la verdad. Yo estaba distraído vaciando esa vieja botella y no te he visto acercarte.
-¿Qué? ¡Tú, hormiga! ¡Tú, tijereta! ¡Yo he salido de esa botella! ¡Y voy a matar a todo el mundo!
-Pero amigo mío, amigo mío -suspiró Abdula- Tu madre nunca te enseñó a decir mentiras, sobre todo gordas. Basta ver el tamaño de esa botella y las dimensiones de tu cuerpo: tú has salido de esa botella tanto como yo.
Entonces, Abdula, con grandes aspavientos, hizo como que intentaba meter el pie por el estrecho cuello de la botella.
-¡Tú, cucaracha! Tú... tú...
El labio inferior del genio empezó a temblar.
-¡Te digo que he salido de esa botella!
-¡Puafl -se burló Abdula- Entonces demuéstramelo.
Los pelos del pecho sucio del genio empezaron a erizarse y levantó el puño hacia el cielo con rabia. Luego, tras quedarse unos instantes pensativo, se fundió como un pedazo de mantequilla, en todos los colores del arco iris. Después los colores se diluyeron y un chaparrón de humo y ceniza se desplomó sobre la botella y se quedó encerrado dentro.
-¿Lo ves? -dijo una extraña voz cavernosa desde el interior-¿No te lo había dicho?
Rápido como un relámpago, Abdula sacó el tapón de su bolsillo y lo introdujo en el cuello de la botella. Lo enroscó y lo apretó hasta que quedó bien ajustado.
-¡Eh! ¡Tú, gusano, déjame salir! ¡Déjame salir inmediatamente!

genio en la botella

-¡Oh, no!- dijo Abdula con una sonrisa- Ahí te puedes quedar otros mil años si vas a ser tan desagradable.
-¡No! ¡Por favor, no! Te prometo realizar tres de tus deseos si me dejas salir otra vez. ¡Abre esta botella ahora mismo, hormiga!
Abdula tomó impulso y con todas sus fuerzas arrojó la botella al mar tan lejos como pudo.

abdula genio botella

-¡Te regalaré Arabia entera! -chilló el genio mientras la botella volaba por los aires.
Hizo "plop" al caer al agua. No se oyó nada más, salvo el ruido de las olas que llegaban suavemente a la orilla.
Más tarde, aquel mismo día, Abdula regresó a la playa y colocó un letrero que decía: "Cuidado con el genio de la botella. No pescar." Y se fue con su red bajo el brazo a instalarse en otro lugar de la playa.









EL CISNE ORGULLOSO

En un maravilloso y precioso bosque, había un gran lago y dentro, y a su alrededor, vivían gran cantidad de animales de todo tipo.  De entre todos ellos destacaba un gran cisne blanco con unas plumas largas y brillantes, dotado de una belleza sin igual y que era considerado como el cisne más bello del mundo. Era tan bonito que había ganado todos los concursos de belleza a los que se había presentado, y eso hacía que cada vez se paseara más y más orgulloso, despreciando a todos los demás animales, e incluso se negaba a hablar con ellos, pues no estaba dispuesto a que lo viesen con animales que para el eran tan feos y desagradables. Era tal el grado de vanidad que tenía que los animales estaban hartos de él y un día un pequeño puercoespín se decidió a darle una buena lección. 

El cisne mágico

Fue a ver al cisne, y delante de todos le dijo que no era tan bello, que si ganaba todos los concursos era porque los jurados estaban influenciados por su fama, y que todos sabían que él un pequeño puercoespín era más bello. Entonces el cisne se enfureció, y entre risas y desprecios le dijo “pero que tonterías estas diciendo, yo a tí te gano un concurso con el jurado que quieras”. "Vale, acepto, nos vemos el sábado", respondió el puercoespín, y dándose media vuelta se alejó muy orgulloso, sin dar tiempo al cisne a decir nada más.



Ese sábado, fue todo un acontecimiento en el bosque y todos fueron a ver el concurso, el cisne se lavó en el lago con gran cuidado y cuando se secó sus plumas blancas relucían como el mismísimo sol. El cisne marchaba confiada y terriblemente altivo, hasta que vio quienes formaban el jurado: comadrejas, hamsters, ratones y un tejón. Rápidamente entendió que la belleza dependía de quien la mirara y que ese feo puercoespín para los animales que formaban el jurado era muy bello pues era parecido a ellos, y que él con toda su majestuosidad no les resultaba mínimamente atractivo, por lo que el puercoespín ganó el concurso claramente, dejando al cisne lloroso y humillado, pero aprendiendo una lección que nunca olvidaría, y a partir de ese momento fue amable con todos los animales, hablando con ellos y ayudándoles en lo que podía.

Con todo esto el cisne y el puercoespín se hicieron grandes amigos y era frecuente verlos pasear o riendo sentados en la orilla del lago. Un día los animales se reunieron y le dijeron al cine que había ganado un nuevo concurso, uno que le hizo más feliz y del que estuvo más orgulloso, que de todos los demás que había ganado antes:el premio a la humildad.








El enano saltarín



Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidió pasear por sus dominios, que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero mintió para darse importancia: - Además de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca. El rey, francamente contento con dicha cualidad de la muchacha, no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.

Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca: - Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada, pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.

La hija del molinero le entregó la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refluía por el oro. Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espetó: - Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitación. - Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día anterior.

La muchacha estaba desesperada, pues creía imposible cumplir la tarea pero, como el día anterior, apareció el enano saltarín: - ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible. - Sólo tengo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo. - Empecemos pues, - respondió el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirtió en oro hilado.

Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció: - Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa - Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano: - ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó, saltando, a la chica.

- No tengo más joyas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. - Bien, en ese caso, me darás tu primer hijo - demandó el enanillo. Aceptó la muchacha: “Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro” - Dijo para sus adentros. Y como ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extraño ser la hilaba.

Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una año, tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.

- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño.

Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando: - “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”

Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él - ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.



 

 

El Sol y el Viento 

El Viento y el Sol se encontraron. El viento lucía una larga capa, un saco de lana muy gruesa y un sombrero muy grande. El Sol lo veía con sus ojos amarillos, grandes y brillantes, asomados bajo un sombrero de paja ardiente.
Era el día de la contienda en que medirían sus fuerzas. Querían saber cuál de los dos era el más poderoso.
El Viento dijo:
–Es mucho, Hermano Sol, lo que yo puedo hacer... Yo hago volar por los aires sus sombreros, dejo sin abrigo a sus wawas (bebés) y sin techo a sus casas. Sin mí no podrían despajar en las trillas.
El Sol respondió:
–Con mi calor consigo lo que quiero, los hago correr buscando abrigo y sombra bajo los montes y refresco en el río. Los hago sudar y quitar sus ponchos, desnudos tienen que trabajar por mi calor. Y a ti también, Hermano Viento, puedo quitarte el sombrero, la capa y el saco.
El Viento y el Sol compitieron. El Viento empezó a soplar con fuerza pero no consiguió quitarle el sombrero al Sol, ni mover uno sólo de sus rayos, ni apagar la chispa de sus ojos.
Cuando llegó su turno, el Sol comenzó a calentar más y más.
Tan grande era el calor que el Viento, sofocado y sudoroso, se quitó el sombrero de alas. Después se quitó la capa y el saco.
Desde entonces reina el Sol y al Viento se le ve vagando desnudo por los caminos, silbando su derrota.











El error de Amadeo

Amadeo
Amadeo era un majadero. No le caía bien a nadie.Un día llegó corriendo al almacén del pueblo, gritando y presumiendo de ser muy listo.
-Cazaré todos los animales de la montaña -dijo riéndose- Entonces todos querréis invitarme, abrazarme y sacarme fotos.
-¿Acaso te has comprado un fusil nuevo, Amadeo? -le preguntó alguien.
-Nooo... -respondió-. Con mi navaja y un pedazo de madera me hice una flauta; eso es todo.
Todos se rieron, imaginándose a Amadeo en las montañas, tocando música para los animales salvajes.
Amadeo miró indignado a su alrededor.
-Cuando soplo en esa flauta, puedo imitar el sonido del animal que quiera: ciervos, leones, osos...
-Farolero... -gritó uno.
Amadeo, enfadado, salió del almacén y se marchó a las Montañas Nubladas con comida abundante, su flauta y una escopeta.
Dicen que penetró en un bosque de robles y con la flauta imitó el sonido de un ciervo.
En efecto, un cervatillo rojo lo oyó y salió de entre los árboles. Con mucha calma, Amadeo cargó el arma y apuntó.
¡BANG!, disparó, pero erró el tiro.
El ciervo no fue el único animal que oyó la llamada de su flauta. Un gran gato montés se acercó por entre los árboles, relamiéndose al pensar en el ciervo que se comería para cenar. Y al ver al viejo Amadeo se alegró todavía más; le mostró todos los dientes con su amplia sonrisa.
La escopeta de Amadeo estaba descargada. Rápido como un rayo, sopló en la flauta, imitando la llamada de un león. El gato montés se asustó tanto que salió corriendo por el bosque, como si le persiguiera un verdadero león.
Entonces, por entre los árboles apareció un gran león hambriento pensando que su pareja le llamaba porque había encontrado algo suculento para comer. Cuando vio al viejo Amadeo, sonrió mostrándole todos los dientes.
Veloz como el rayo Amadeo tocó la flauta para imitar el sonido del oso pardo. El león se asustó tanto que huyó a través del bosque, como si lo persiguiera un verdadero oso pardo.
El león no fue el único que escuchó la llamada del oso. Un gran oso pardo que se sentía muy solo la oyó y apareció por entre los árboles, con su gran corazón pardo lleno de amor.
Pero no encontró a su novia. Allí sólo estaba Amadeo. Sin embargo, sonrió mostrándole todos los dientes, y... ¡se lo comió de un solo bocado!
Amadeo siempre fue incauto y majadero, hasta el final.





 

El mono y el cocodrilo

Había un mono que tenía ganas de comer plátanos, pero estaban al otro lado del río, que era muy ancho, y no podía cruzarlo, pues no sabía nadar. De pronto, vio acercarse un gran lagarto, y le dijo:
-Ay, señor cocodrilo, tengo mucha hambre y quiero comerme unos plátanos que están al otro lado del río, pero no sé nadar pues mi madre nunca me enseñó. ¿Me llevarías en tu lomo a la orilla?
-Bueno -le dijo el cocodrilo.
El mono se subió de un salto a la espalda del cocodrilo y éste lo llevó al otro lado, donde estaban los plátanos. Al llegar, el mono le dijo:
-Gran cocodrilo, espérame un momento y enseguida vuelvo. Comeré rápido para que me lleves de regreso.
-Está bien -respondió el lagarto.
El mono comió rápidamente y se trajo un plátano para comer en el camino de regreso.
Muy contento, saltó al lomo del cocodrilo, y le dijo:
-Llévame rápido al otro lado del río.
El caimán partió, pero no hacia donde le dijo el mono, sino en sentido contrario.
-Señor cocodrilo, ¿a dónde me llevas? Este no es el camino a mi casa.
-Te llevo a la mía -le dijo el cocodrilo- porque mi esposa está enferma y el curandero le dijo que para sanar necesitaba comer sesos de mono.
-Ay, señor lagarto, ¿por qué no me lo dijiste antes de que subiera? Dejé mis sesos asoleándose al otro lado del río.
Vamos rápidamente a recogerlos para llevárselos a tu esposa antes de que se muera.
-Regresemos pues- dijo el lagarto.
Cuando llegaron al lugar de donde habían salido, el mono dijo:
-Ahí están mis sesos asoleándose, voy por ellos y regreso.
Y un instante después, agregó:
-Ay, el día que mis sesos se salgan de donde estén, ese día ya no te podré engañar. Así se salvó de morir el mono.










El ratoncito Pérez

 
Erase una vez Pepito Pérez , que era un pequeño ratoncito de ciudad , vivía con su familia en un agujero de la pared de un edificio.

El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien se iba a instalar allí.

Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José M. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina.

Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.

Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio cómo el doctor José M. le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.

Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dio de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo.

A la mañana siguiente el niño vió el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo. cuento se ha acabado.







Grinda, la ranita nadadora

Grinda, la ranita nadadora
 
En un lago del bosque de los helechos, una familia de ranas nadaba feliz para celebrar la llegada de la primavera.
De repente, mamá rana oyó un grito:
-¡Croaaaacc!

Era Grinda, la pequeña de sus criaturas, que se había hecho daño. Tanto ella como el padre rana y todos los hermanos y hermanas se acercaron.
•¿Grinda, qué ha pasado?

La pequeña de la familia se había hecho daño en una de las patitas de atrás y no podía saltar.
O, mejor dicho, podía pero a medias: como sólo podía darse impulso con una pata, cuando daba un salto salía disparada para un lado.
-¿Por qué no pruebas moverla en el agua? -sugirió su hermana mayor.
-¡Buena idea! -añadió el padre. Como en el agua flotarás, la podrás ir moviendo poco a poco sin hacer tanta fuerza y seguro que al final te recuperarás. El problema era llegar hasta el agua.claro, porque no podía saltar hacia delante.
-Pues colócate junto al agua .y da un salto de manera que cuando salgas disparada para el costado vayas a parar directamente al lago -propuso el hermano mediano.

•¡Buena idea! dijo la madre. Como saldrás volando hacia el lado de la patita mala, colócate con la buena en la orilla de la tierra y da un salto que te haga caer en el agua.
Grinda estaba un poco confusa con tantas ¡deas y tantos cálculos, pero como era su familia y estaba segura que se lo decían por su bien, les hizo caso. Siguió las indicaciones que entre todos le daban, y... ¡Saltó hacia el agua! ¡Fue a parar al agua a la primera!

Una vez en el lago intentó nadar como lo hacía siempre, dándose impulso con las dos patitas de atrás. Pero a Grinda le hacía mucho daño y no la podía mover.

Por eso cada vez que hacía el movimiento, salía impulsada hacia un lado.-¡Así no hay manera de que avancemos juntos! -exclamó el padre, preocupado.
Pasó un minuto y a nadie se le ocurría nada. Grinda desanimada y un poco enfadada, levantó una de las patas delanteras y la hundió en el agua con fuerza.
-¡Ey! ¡He avanzado! -gritó contenta.
Sin acabárselo de creer, Grinda levantó la otra patita de delante y repitió el gesto.
¡Y sí! Volvió a avanzar un poco.
Anee la sorpresa de sus padres y de sus hermanos y hermanas. Grinda fue levantando una de sus patitas delanteras y después la otra, y a medida que las hundía en el agua, iba avanzando ¡Había descubierto que con las patitas delanteras también podía nadar!

Emocionada, practicó durante unos minutos alrededor de su familia.
De repente se paró y, mirando una enorme hoja que flotaba a lo lejos, les dijo:

-¿Hacemos una carrera hasta esa hoja? Como seguro que ganaré yo, al que llegue segundo le enseñaré la nueva técnica que he aprendido para nadar.
Y así fue como las ranas aprendieron a nadar crol.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Juan sin miedo

Erase una vez, en una pequeña aldea, un anciano padre con sus dos hijos. El mayor era trabajador y llenaba de alegría y de satisfacción el corazón de su padre, mientras el más joven sólo le daba disgustos. Un día el padre le llamó y le dijo:
- Hijo mío, sabes que no tengo mucho que dejaros a tu hermano y a ti, y sin embargo aún no has aprendido ningún oficio que te sirva para ganarte el pan. ¿Qué te gustaría aprender?
Y le contestó Juan:
- Muchas veces oigo relatos que hablan de monstruos, fantasmas,… y al contrario de la gente, no siento miedo. Padre, quiero aprender a sentir miedo.
El padre, enfadado, le gritó:
- Estoy hablando de tu porvenir, y ¿tú quieres aprender a tener miedo? Si es lo que quieres, pues márchate a aprenderlo.
Juan recogió sus cosas, se despidió de su hermano y de su padre, y emprendió su camino.

Cerca de un molino encontró a un sacristán con el que entabló conversación. Se presentó como Juan Sin Miedo.
- ¿Juan Sin Miedo? ¡Extraño nombre! - Se admiró el sacristán.
- Verás, nunca he conocido el miedo, he partido de mi casa con la intención de que alguien me pueda mostrar lo que es, - dijo Juan
- Quizá pueda ayudarte: Cuentan que más allá del valle, muy lejos, hay un castillo encantado por un malvado mago. El monarca que allí gobierna ha prometido la mano de su linda hija a aquel que consiga recuperar el castillo y el tesoro. Hasta ahora, todos los que lo intentaron huyeron asustados o murieron de miedo.
- Quizá, quizá allí pueda sentir el miedo, se animó Juan.

Juan decidió caminar, vislumbró a lo lejos las torres más altas de un castillo en el que no ondeaban banderas. Se acercó y se dirigió a la residencia del rey. Dos guardias reales cuidaban la puerta principal. Juan se acercó y dijo:
- Soy Juan Sin Miedo, y deseo ver a vuestro Rey. Quizá me permita entrar en su castillo y sentir a lo que llaman miedo.

El más fuerte le acompañó al Salón del Trono. El monarca expuso las condiciones que ya habían escuchado otros candidatos: Si consigues pasar tres noches seguidas en el castillo, derrotar a los espíritus y devolverme mi tesoro, te concederé la mano de mi amada y bella hija, y la mitad de mi reino como dote.
- Se lo agradezco, Su Majestad, pero yo sólo he venido para saber lo que es el miedo, le dijo Juan.
"Qué hombre tan valiente, qué honesto", pensó el rey, "pero ya guardo pocas esperanzas de recuperar mis dominios,...tantos han sido los que lo han intentado hasta ahora..."
Juan sin Miedo se dispuso a pasar la primera noche en el castillo. Le despertó un alarido impresionante.
- ¡Uhhhhhhhhh! Un espectro tenebroso se deslizaba sobre el suelo sin tocarlo.
- ¿Quién eres tú, que te atreves a despertarme? Preguntó Juan.
Un nuevo alarido por respuesta, y Juan Sin Miedo le tapó la boca con una bandeja que adornaba la mesa. El espectro quedó mudo y se deshizo en el aire.

A la mañana siguiente el soberano visitó a Juan Sin Miedo y pensó: "Es sólo una pequeña batalla. Aún quedan dos noches". Pasó el día y se fue el sol. Como la noche anterior, Juan Sin Miedo se disponía a dormir, pero esta vez apareció un fantasma espantoso que lanzó un bramido: ¡Uhhhhhhhhhh! Juan Sin Miedo cogió un hacha que colgaba de la pared, y cortó la cadena que el fantasma arrastraba la bola. Al no estar sujeto, el fantasma se elevó y desapareció.
El rey le visitó al amanecer y pensó: "Nada de esto habrá servido si no repite la hazaña una vez más". Llegó el tercer atardecer, y después, la noche. Juan Sin Miedo ya dormía cuando escuchó acercarse a una momia espeluznante. Y preguntó:
- Dime qué motivo tienes para interrumpir mi sueño.
Como no contestara, agarró un extremo de la venda y tiró. Retiró todas las vendas y encontró a un mago:
- Mi magia no vale contra ti. Déjame libre y romperé el encantamiento.

La ciudad en pleno se había reunido a las puertas del castillo, y cuando apareció Juan Sin Miedo el soberano dijo: "¡Cumpliré mi promesa!" Pero no acabó aquí la historia: Cierto día en que el ahora príncipe dormía, la princesa decidió sorprenderle regalándole una pecera. Pero tropezó al inclinarse, y el contenido, agua y peces cayeron sobre el lecho que ocupaba Juan.
- ¡Ahhhhhh! - Exclamó Juan al sentir los peces en su cara - ¡Qué miedo! La princesa reía viendo cómo unos simples peces de colores habían asustado al que permaneció impasible ante espectros y aparecidos: Te guardaré el secreto, dijo la princesa. Y así fue, y aún se le conoce como Juan Sin Miedo.








La gallina de los huevos de oro

La gallina de los huevos de oro
Había una vez un granjero muy pobre llamado Eduardo, que se pasaba todo el día soñando con hacerse muy rico. Una mañana estaba en el establo -soñando que tenía un gran rebaño de vacas- cuando oyó que su mujer lo llamaba.
-¡Eduardo, ven a ver lo que he encontrado! ¡Oh, éste es el día más maravilloso de nuestras vidas!
Al volverse a mirar a su mujer, Eduardo se frotó los ojos, sin creer lo que veía. Allí estaba su esposa, con una gallina bajo el brazo y un huevo de oro perfecto en la otra mano. La buena mujer reía contenta mientras le decía:
-No, no estás soñando. Es verdad que tenemos una gallina que pone huevos de oro. ¡Piensa en lo ricos que seremos si pone un huevo como éste todos los días! Debemos tratarla muy bien.
Durante las semanas siguientes, cumplieron estos propósitos al pie de la letra. La llevaban todos los días hasta la hierba verde que crecía ¡unto al estanque del pueblo, y todas las noches la acostaban en una cama de paja, en un rincón caliente de la cocina. No pasaba mañana sin que apareciera un huevo de oro.
Eduardo compró más tierras y más vacas. Pero sabía que tenía que esperar mucho tiempo antes de llegar a ser muy rico.
-Es demasiado tiempo -anunció una mañana-,Estoy cansado de esperar. Está claro que nuestra gallina tiene dentro muchos huevos de oro. ¡Creo que tendríamos que sacarlos ahora!
Su mujer estuvo de acuerdo. Ya no se acordaba de lo contenta que se había puesto el día en que había descubierto el primer huevo de oro. Le dio un cuchillo y en pocos segundos Eduardo mató a la gallina y la abrió.
Se frotó otra vez los ojos, sin creer lo que estaba viendo. Pero esta vez, su mujer no se rió, porque la gallina muerta no tenía ni un solo huevo.

La gallina de los huevos de oro


-¡Oh, Eduardo! -gimió- ¿Por qué habremos sido tan avariciosos? Ahora nunca llegaremos a ser ricos, por mucho que esperemos. Y desde aquel día, Eduardo ya no volvió a soñar con hacerse rico.




 

2 comentarios:

  1. Elda Gisela Tum Maczul

    Los cuentos están bonitos,les gustarán a los niños cuarto A, escuela Japón.

    ResponderEliminar